Jorge Rafael Videla se sirvió de la maquinaria
futbolística para maquillar las atrocidades cometidas contra la sociedad
y también para ocultar una escandalosa corrupción, que aumentó la
deuda externa del país y agudizó una crisis económica de prolongado
alcance en el tiempo.
Inicialmente este proyecto fue previsto en unos 70 millones de dólares pero
investigaciones periodísticas posteriores señalaron que los gastos
oscilaron entre 520 y 700 millones, muy por encima de los 120 que
invirtió España para
la organización del Mundial 1982. Videla aprobó la construcción de tres
nuevos estadios en Córdoba, Mendoza y Mar del Plata y también la reparación y preparación de River Plate, Vélez Sarsfield y Rosario Central
Para mostrarlo al mundo, el dictador instruyó la
compra de los primeros equipos de transmisión de televisión a color, en
otra operación económicamente turbia, tras lo cual Canal 7 pasó a
llamarse Argentina Televisora Color.
“Los argentinos somos derechos y humanos”, fue el enunciado que articuló la campaña de promoción del Mundial como una cínica burla al reclamo persistente que ya sostenían las Madres de
Plaza de Mayo y los organismos sobre el tema. La algarabía por los goles
de Mario Alberto Kempes y compañía en River tapó los gritos
desgarradores de las víctimas torturadas a pocas cuadras en la Escuela
Mecánica de la Armada (Esma), como también el silencio de los
desaparecidos.
Con los años, el contraste se tornó indisimulable y
el Mundial, más allá del mérito deportivo para su conquista, quedó
asociado como una de las experiencias más oscuras en la historia del
fútbol argentino.
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